
“Todos tenemos
alguna manía íntima. La mía consiste en tocar un fósil cuando mantengo una
conversación telefónica de las que traen nubes negras. Se trata de una caracola
del Cretáceo. Desconozco el nombre técnico, lo que me interesa de ella es lo
que me susurra. Ha debido de ver mucho, y cuando me lo cuenta, yo me
siento como una mota de polvo y mi preocupación se convierte en
infinitesimal. Y entonces las nubes no me parecen tan amenazantes. Tengo que
confesar que, desgraciadamente, no siempre me produce este efecto.
Hay veces que mi problema se obstina.
El otro día no
sé qué absurda inquietud lograba trastornarme, el caso es que mi hijo
adolescente me soltó: “Piensa en el
hambre que pasan en África”. “iQué quieres decir?”. “Mamá, es lo
que tú me dices cuando te explico algún problema, ¿a que da rabia?”.
Parece mentira que yo sea psicóloga y caiga en la trampa de intentar que otra
persona, en este caso mi hijo, relativice su problema. Cada uno
debe intentar relativizar sus propias preocupaciones, pero no las de los
demás. Nadie puede decirnos que nuestro problema es pequeño, a ese punto
tenemos que llegar nosotros solos.
REÍRSE DE UNO
MISMO
“Cada mañana espías el devenir
de tu cuerpo y das gracias por el sentido del humor con que
te manejas cuando lo trasladas de un lugar a otro” (Maruja Torres)
A menudo,
nuestros razonamientos repetitivos sobre un tema nos van enterrando en una
especie de hoyo claustrofóbico donde cada vez hay menos luz. Lo vemos todo
negro. Es complicado liberarnos porque para ello deberíamos salir de nuestra
propia lógica. El humor puede resultar un hacha para derribar esos
esquemas. Antonia, una señora encantadora de unos 75 años aquejada de lumbalgia
crónica, participó en unas sesiones psicoeducativas sobre dolor. El objetivo de
una de ellas era que los pacientes aprendieran a abrir la mirada ante sus
problemas. Lo que le preocupaba a Antonia era que su hija le decía
que era una quejica cuando ella le explicaba lo mucho que le dolía la espalda.
La poca comprensión de su hija la hacía sufrir.
Cuando Antonia
nos explicó su preocupación, propuse que sus compañeros sugirieran soluciones
disparatadas para esta situación. Y efectivamente, los remedios propuestos
fueron de lo más variopintos. Nos reímos mucho, Antonia la que más. La sacamos
del hoyo y vimos su problema desde un lugar fuera de lo común. Lo más bonito
fue que al final nos confesó que todos esos disparates la habían hecho pensar y
le habían dado ideas. La ilógica puede resultar un buen trampolín para
llevarnos a ideas útiles. Obviamente, este ejercicio se hizo desde el
respeto y el cariño hacia Antonia y desde la comprensión de su
sufrimiento. El humor es una herramienta que no se puede utilizar de cualquier
forma, tal como nos aclara el filósofo André Cornte-Sponville: “Es necesario
que esta risa añada un poco de alegría, un poco de dulzura o ligereza a la
miseria del mundo, y que no añada más odio, sufrimiento o desprecio. Se puede
reír acerca de todo, pero no de cualquier manera. Un chiste acerca de los
judíos nunca será humorístico en boca de un antisemita” .
El humor nos
puede ayudar a romper límites, a pulverizar suposiciones. De hecho, Sócrates en su
método utilizaba la ironía para llegar a la verdad. Y así llegó
al “solo sé que no sé nada”. Una ironía filosófica de
las más finas.
Otro filósofo, Diógenes, nos dejó una
anécdota donde también se comprueba cómo la ironía nos puede llevar a grandes
verdades. La moraleja no tiene desperdicio: un dia estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas. En ese momento
llegó Aristipo, otrofilósofo que vivía con lujo adulando al rey Alejandro
Magno, y le dijo:
- “Si fueras sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de
lentejas”. A lo que Diógenes le contestó:
- “Si tú aprendieras a comer lentejas, no tendrías que degradarte
adulando al rey”.
Ese ingenio
humorístico para derribar barreras es el que hemos de cultivar para ver más
allá o simplemente para hacer más llevadero lo que hay aquí. Asumir
nuestros propios errores es una tarea ardua, tan complicada que a veces provoca
que ni siquiera los veamos para no tener que asumirlos. El sentido del
humor puede ser nuestro aliado en este trance. A veces parece que llevamos
insertado un chip judeocristiano que nos lleva a flagelarnos ante un error
porque pensamos que así aprenderemos. Para que un error nos aleccione hace
falta asumirlo y reflexionar, el sufrimiento no es un ingrediente
indispensable.
Solo la
persona que es capaz de salir de su ombligo puede reírse de sí misma, igual que
solo puede hacerlo la persona humilde. La humildad es básica para nuestra
salud mental, conocer nuestras propias limitaciones nos puede evitar muchas
frustraciones. Cuando nos reímos de nosotros mismos, practicamos la
humildad. Pero debemos ir con cuidado y pensar que nuestra ironía
hacia nosotros no debe ser ácida, sino cariñosa. Nuestro humor debe
mimarnos, no fustigarnos.
INFRAVALORADO
“La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor
que es capaz de utilizar”. (Friedrich Nietzsche)
Ángel Rodríguez Idígoras nos cuenta, como humorista gráfico, que normalmente a las personas
de su gremio les formulan dos preguntas: la primera es del tipo: “¿Cómo es posible que todos los días seas capaz de inventar una
viñeta distinta?”. La segunda hace caer el ego en picado: ” ¿Y eso da
para comer?”, dando a entender que no puede existir alguien tan insensato
que pague a otra persona por dibujar cómics.
Y es que el humor está infravalorado. Es usual la expresión “es
una persona muy profesional, muy seria”. Todavía
pensamos que si reímos mientras trabajamos lo haremos peor que si estamos
serios. En general, el humor nos puede ayudar a trabajar más distendidos y a
ser más creativos. Lo profundo parece que debe de ser serio. No nos parece muy
solemne ir por la vida riendo. No obstante, como afirma el experto en liderazgo y creatividad Mario Alonso
Puig, “el humor es algo para tomárselo
realmente en serio”.
Afortunadamente,
cada día hay más investigaciones en torno al humor, más tesis doctorales, más
congresos, más libros que ponen en evidencia los grandes beneficios de ver la
vida por su lado cómico. El sentido del humor y la risa son terapéuticas,
sanas. Los beneficios son innumerables; por ejemplo, Richard
Wiseman, psicólogo investigador sobre la risa, después de una revisión del
tema concluyó que las personas que combaten el estrés con humor tienen el
sistema inmunológico más activo, sufren un 40% menos de infartos de miocardio o
apoplejías, tienen menos dolores en los tratamientos dentales y viven cuatro
años y medio más. Y lo más importante, la mayoría de los estudios muestran
algo que todos sabemos, que el sentido del humor aumenta la felicidad.
Todos
conocemos gente que debe esforzarse por sonreír y que difícilmente explica un
chiste o alguna historia en tono jocoso. Lo divertido es que en muchas
investigaciones se ha observado que cuando se pregunta a la población por su
sentido del humor, el 95% manifiesta tener más sentido del humor que su
vecino. Si queremos reír, basta con que nos miremos un poco.”
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