
La soledad es un veneno que mata lentamente.
No tener amigos con los que charlar, pareja con quien compartir la vida, ni
mantener lazos familiares son factores que, a la larga, pueden llegar a tener
un efecto tan pernicioso sobre la salud como la obesidad o el tabaco.
Es más, incluso aunque disfrutemos de pasar tiempo a solas, según un
estudio publicado en la revista Perspectives on Psychological
Sciences, eso nos acorta la esperanza de vida hasta en un
30%.
Un equipo de investigadores de la Universidad
Brigham Young, en Utah, (EEUU) realizaron un metanálisis a partir de
estudios de salud llevados a cabo entre 1980 y 2014, en los que participaron un
total de 3,4 millones de personas a las que siguieron de media durante 7,5
años. Tomaron en consideración factores como el estatus socioeconómico, el
nivel de estudios y el historial de salud previo, y vieron que la soledad, el
aislamiento social y el vivir solo estaban relacionados con una menor esperanza
de vida. En cambio, la existencia de relaciones sociales tenía un efecto
positivo sobre el bienestar de la persona.
“El
efecto [de la falta de lazos sociales] es comparable al que tiene la obesidad
sobre nuestro estado de salud, por ejemplo, por lo que deberíamos empezar a
tomar en consideración el factor social en las políticas públicas”, reclaman
los autores.
En un estudio anterior publicado en la revista PLOS
Medicine, este mismo equipo de investigadores ya indagaron sobre el efecto
de no formar parte de una red social sobre la salud y llegaron a equiparar el
daño producido por la soledad con el que causa fumarse 15 cigarrillos diarios.
Se
puede estar solo de muchas formas. Hay personas que aunque tienen familia,
pareja o amigos, se sienten desconectadas de su entorno. Otras que, bien por
elección propia o por circunstancias de la vida, se encuentran sin círculo
social. Si bien son escenarios algo distintos, los investigadores vieron que
las tres opciones incrementaban el riesgo de muerte prematura, aunque la que
tenía repercusiones más negativas sobre la salud era estar aislado socialmente
y tener un sentimiento acusado de soledad.
La razón, apuntan los autores del estudio, parece que
se encuentra en el hecho de que la gente que es sociable y comparte la vida con
otras personas suele sentirse menos estresada, tiende a cuidarse más y a llevar
un estilo de vida más saludable que aquellos que están solos.
“Cuando alguien se siente conectado a un grupo, se
siente responsable de otras personas y ese sentimiento de tener un objetivo, de
tener un propósito, se traduce en cuidarse más y tomar menos riegos”, afirma la
autora del estudio, Julianne Holt-Lunstad, en un comunicado de
prensa, y alerta de que los países occidentales tienen las tasas más elevadas
de gente viviendo sola y que ese aislamiento social alcanzará proporciones de
epidemia en las próximas dos décadas.
No es la primera vez que se relaciona la soledad con
efectos negativos para la salud. En estudios anteriores se ha comprobado que,
por ejemplo, tener buenos amigos, cercanos, así como lazos familiares estrechos
pueden llegar a resultar tan o más beneficioso que practicar ejercicio o perder
peso. Simplemente tomar de la mano a una persona que apreciemos, se ha visto
que rebaja la tensión arterial y reduce el sentimiento de dolor.
En este sentido, una investigación de la
Universidad de Chicago demostró que la soledad prolongada aumentaba los
niveles de cortisol, la hormona del estrés, lo que estaba relacionado con
cardiopatías, presión arterial alta y un mayor riesgo de sufrir un infarto.
Andrew Steptoe, Director del Departamento de Epidemiología y
Salud Pública del University College London (UCL), ha publicado
diversos estudios sobre la relación entre soledad y riesgo incrementado de
enfermedad y muerte prematura. Hace dos años la revista Proceedings of
the National Academy of Sciences (PNAS) recogía las
conclusiones de una de sus últimas investigaciones en la que analizó los casos
de 6500 personas de más de 52 años durante siete años. Según Steptoe, la gente
mayor que está sola de forma regular porque no ve a amigos o familia tiene un
50% más de posibilidades morir de forma prematura que aquellos que mantienen
lazos sociales.
“El estilo de vida es relevante y está claro que en
nuestra esperanza de vida influyen factores como fumar, una mala dieta, el
sedentarismo. En nuestro estudio utilizamos modelos estadísticos muy complejos
para tener en cuenta esa complejidad de factores y concluimos que existe una
correlación entre el aislamiento social y la mortalidad futura”, explica el
investigador Steptoe a Big Vang. También, apunta, la salud de la
persona puede influir. “Sufrir de cardiopatías o de cáncer puede hacer que la
persona se sienta aún más sola y que eso, a su vez aumente su riesgo a morir”,
añade.
Para
realizar este estudio, Steptoe y su equipo primero midieron el aislamiento
social de los voluntarios del estudio preguntándoles mediante una encuesta si
vivían acompañados, pertenecían a algún club o realizaban actividades en grupo;
también si quedaban con amigos o con la familia al menos una vez por mes. Los
participantes también tuvieron que valorar su sentimiento de soledad."
“Hallamos que había una relación más fuerte entre el
aislamiento social y el riesgo de muerte prematura, que entre el sentimiento
subjetivo de soledad y ese riesgo de morir”, explica Steptoe quien subraya que
mantener relaciones sociales nos puede influenciar positivamente de dos formas:
la primera, a nivel emocional. “Te sientes querido, apreciado, implicado. Y eso
mejora tu bienestar”. Y la segunda, más pragmática, “tener un círculo de gente
próxima que se preocupa por ti, tu estado de salud, te recuerda que debes tomar
la medicación o te insiste para que vayas al médico”.
Resulta también sumamente interesante el efecto que
tiene la soledad sobre nuestro cerebro. Diversos estudios ya han apuntado que
es un factor de riesgo para la demencia, por ejemplo. “Nuestro grupo está justo
ahora investigando la relación entre la soledad y el aislamiento social, y el
declive de las funciones cognitivas y el riesgo de desarrollar enfermedades
mentales”, cuenta Steptoe, del University College London.
Para el neurocientífico Francisco Mora,
catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, “el ser humano es un
ser social [...] La comunicación humana es la esencia del normal funcionamiento
del cerebro, que necesita constantemente de ese alimento que es la
comunicación, sin ella perece pronto. Necesitamos comunicarnos con los demás,
establecer lazos emocionales, si queremos mantener un cerebro sano”.
José Luis Molinuevo, coordinador de la Unidad de
alzheimer en el Hospital Clínic de Barcelona y director científico de
la Fundació Pasqual Maragall, explica a Big Vang que la soledad “impide una
buena estimulación cerebral” y que “el cerebro necesita de estímulos para
fomentar la aparición de espinas sinápticas y generar plasticidad neuronal. Y
las relaciones sociales son un poderoso estimulo tanto intelectual como
emocional. En el caso del alzheimer, la falta de estímulo social, probablemente
afecta aumentando el riesgo de desarrollar la enfermedad y después no ayuda
nada en su evolución”.
Estudios como estos sobre el impacto de la soledad y
el aislamiento social son cada vez más importantes en sociedades como la
nuestra, muy envejecidas, y en las que la proporción de personas que viven
solas es cada vez más elevada. “Debemos empezar a entender que la salud no es
sólo algo relativo al cuerpo, de si todos los órganos funcionan como deben,
sino que también depende de la actividad social”, destaca Andrew
Steptoe, del University College London,quien concluye que “la investigación
que estamos haciendo nosotros y otros grupos sugiere que el aspecto social es
esencial para nuestra supervivencia. Pero también es bueno recordar que parte
del estrés de la vida de las personas surge justamente de los conflictos
provocados por las relaciones familiares”. Las dos caras de una misma
moneda."
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